martes, 18 de octubre de 2011

Biografía

Luis Alfredo Torres


Luis Alfredo TorresNació en Barahona el 18 de octubre de 1935. Emparentado con el poeta Bartolomé Olegario Pérez. A los nueve años de edad, le sorprende la muerte de su padre. En su ciudad natal, el poeta termina sus estudios primarios, e inicia los del bachillerato. En esta época publica sus primeros poemas, escritos en versos tradicionales, en el semanario El Momento, editado en Barahona, y que dirigía el periodista Guaroa Vázquez Acosta. El Dr. César Danilo Vélez Sánchez le induce entonces a recurrir al verso libre, recomendándole la lectura de Domingo Moreno Jimenes, Franklin Mieses Burgos y otros poetas dominicanos contemporáneos. Se traslada a Nueva York con su madre. En la gran urbe se afianza su vocación poética mediante lecturas diversas. Sufre dolencias de cuidado. Allí recibe, en la Long Island City High School, el título de Bachiller en Letras. Estudia periodismo en el Instituto de Periodismo de Los Ángeles, California, y trabaja en el semanario bilingüe El Despertador Americano, dirigido por el periodista mexicano José Tortado Lameli, donde llega a desempeñar el cargo de Jefe de Redacción. En 1958 regresa a Santo Domingo y se incorpora a los poetas dominicanos del 48, con los cuales se siente identificado. En 1959, publica Linterna sorda, su primer libro de versos, que merece buena acogida de la crítica. Trabaja en El Caribe, donde tiene, además, a su cargo, una columna fija. Dirige luego el suplemento cultural de La Nación. Años más tarde, es columnista de la revista ¡Ahora! En 1964 dirige, con Alberto Peña Lebrón, Lupo Hernández Rueda y Ramón Cifré Navarro la revista Testimonio, en cuya colección se edita, en 1966, Los días irreverentes. Desde sus primeros versos, Luis Alfredo Torres es el atormentado, el poeta signado por la belleza de los cuerpos, por el drama de su expresión más profunda. El Canto a Proserpina y Los bellos rostros son hermosos testimonios líricos de esa realidad. En la poesía de Torres es visible, a veces, la huella del gran poeta español Luis Cernuda. En Sesiones espirituales, Torres amplía una temática distinta, que apuntaba ya en 31 racimos de sangre. Se trata de una inquietud personal, vinculada a creencias del más allá. Murió en Santo Domingo el 1 de mayo de 1992.

OBRAS PUBLICADAS:

Linterna sorda (1959), 31 racimos de sangre (1962), Los días irreverentes (1966), Alta realidad (1970), Canto a Proserpina (1972), Los bellos rostros (1973), La ciudad cerrada (1974), Sesiones espirituales (1975), El amor que iba y que venía (1976), El enfermo lejano (1977), Oscuro litoral (1980), Antología poética (1985).

(tomado de : Obsidiana Press)


Acerca de él dijo:

El escritor Mateo Morrison:

" Luis Alfredo Torres se acercó durante su estadía en Estados Unidos a la gran poesía norteamericana, ¿Cómo hemos de juzgarlo? Pienso que esencialmente como poeta raigal de nuestra mejor literatura.

Él aceptó vivir la condición de poeta maldito y su vida se enmarcó dentro de la tradición que implantaron los escritores europeos que hicieron del culto a Baco parte vital de su obra literaria.

Luis Alfredo asumió el quehacer poético desde los más altos niveles de excelencia y ahí se mantuvo siempre. Quienes lean sus poemas ahora no harán ninguna relación con el escritor que murió en la más absoluta indigencia y soledad, pero cuya obra, si se difundiera en nuestras escuelas, podría llenar de poesía los espacios vitales para que la vida sea más llevadera y la sensibilidad inunde los ríos secados por el utilitarismo.

Aplicar a Luis Alfredo criterios morales cuando a otros se juzga con criterios estéticos es prolongar el olvido con que se han cubierto mucho de nuestros mejores escritores. Penetremos sólo en su mundo lírico orquestado de palabras que adquieran niveles mágicos".

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El historiador Bienvenido Matos Pérez:

"El paso de ciertos hombres por la vida, resulta a veces una montaña de silencios, un laberinto de soledades y olvidos aun cuando esos hombres hallan producido, tanto en su transito por los horizontes de la existencia humana. Hay seres tan excepcionales, tan puros que se convierten en referencias, en caminos obligados, hombres y mujeres los hay que son como el sol que se levanta, se asoma para guiarnos y se oculta en el mismo lugar todos los días sin reclamarnos nada que no sea que disfrutemos de la luz de su existencia.

Hay hombres marcados por designios extraños que viven cumpliendo su misión todos los días y sin embargo la generalidad de la gente ni siquiera se percata de su existencia, ¿por que es tan cruel el hombre contra el hombre? ¿porque sentimos tanta indiferencia hacia lo puro, hacia lo bueno?

El sabio Salomón escribió: Con la muerte descansa el hombre de su trabajo, mas su obra le sigue, interpreto que el hombre puede vivir mas allá de su muerte física, reflexiono que lo que no desaparece es la parte que se torna intangible y que no puede ser tocada por la muerte, de ahí que al evocar su nombre encuentro en el una presencia inextinguida una vida que palpita, que se siente y comprendo que es verdad que los poetas son inmunes a la muerte que esta opera en ellos como un transito de lo perenne a lo eterno y descubro porque Luís Alfredo Torres es un vivo entre los muertos".

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La poeta Soledad Álvarez:




“La más singular y notable poesía de la ciudad en esta vertiente existencial y desgarrada, y a mi juicio una de las más perdurables, es la que produce Luis Alfredo Torres, que en 1974 publica el poemario La ciudad cerrada. Torres es el más atormentado de los poetas de la ciudad, el que expresa con mayor violencia las encrucijadas del hombre urbano. La ciudad es una maldición, realidad hostil y experiencia desesperante en la que, sin embargo, el poeta se sumerge delirante de pasión y rechazo enamorado".

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El escritor Aquiles Julián:



"Qué tragedia personal, que creencia, lo había sumido en aquella vorágine autodestructiva que terminó por tragárselo? No sé. Aquel escritor que arrastraba una pierna ulcerada, parapetado tras sus lentes oscuros, recorría las calles indiferentes de la ciudad colonial, haciendo hora hasta que la muerte le llegara…

Deambuló por patios y arrabales, frecuentando la compañía de prostitutas, chulos y tahúres, improvisando versos en medio de verdaderos maratones etílicos.

Murió prematuramente, un suicidio lento y prolongado, una violencia contra sí mismo, postró su talento y lo llevó a la muerte.

Queda su obra, de fulgores y claroscuros, de imprecación y amor. Así, inerme y desguarecido, el hospital Padre Billini, donde acudía en busca de medicamentos para su llaga, lo vio expirar. ¿Alguien podrá decirnos qué le sucedió para llegar a esa condición tristísima?"

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El escritor Andrés L. Mateo:




" Todo morir es enfático, y hay un cierto distanciamiento cuando la muerte ronda.

El poeta doblado en su bastón ríe. Alguien le suelta una limosna. Condearriba y condeabajo, él muestra una ostentación de vivir. Comprende el poder de un saludo inútil y devuelve el gesto pensando encontrar la amoralidad de su existencia. Poeta y maricón, sólo poseyó "Los bellos rostros" que esculpió en sus poemas. Y sin embargo, ese resplandor de la palabra le permite revivir un recuerdo. ¡Oh, Dios, al menos la poesía ha servido para mitigar el dolor!".

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El escritor Radhamés Reyes-Vásquez:



"A su regreso de los Estados Unidos su vida mate­rial se desarrolló en el barrio, en la calle, en patios y tabernas, en bares y cuarterías. Muy distinta fue su existencia espiritual. Hombre finísimo y respetuoso, poeta de altos vuelos e imágenes dóciles, sorprenden­tes para construir de esta manera una poesía de con­fesión y en voz baja como se comunican todos los secretos.

Demasiados demonios había en su alma, demasiado sed de eternidad y de ser único y diferente, demasiados ángeles malditos y urticantes que le hicieron renunciar a este mundo para sumergirse en otro no más noble pero mundo imaginado o soñado a la mane­ra del Oscar Wilde de la Balada en la cárcel deReading, mundo alucinado como el de Rimbaud,Verlaine o Lautrémont, artistas de sólida estirpe que pretendieron transgredir, mediante la transgresión de la vida misma, la poesía de su tiempo suplantando épocas y estilos. Pero estas vidas jamás han opacado sus obras, ni el río de eternidad que corre por sus páginas.

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